En el lockout no hay buenos y malos, sólo un sistema caduco
En julio de 2008, Gilbert Arenas (28,4
puntos por partido) firmó un contrato de superestrella con Washington:
111 millones de dólares por seis años. Poco después, le pareció una
buena idea sacar una pistola en el vestuario en una discusión con un
compañero. La NBA le suspendió toda la temporada de empleo y sueldo,
pero cuando volvió siguió cobrando religiosamente su contrato,
totalmente garantizado hasta 2014, pese a ser una sombra del que fue.
Igual que cuando Eddy Curry, tras asegurarse más de 50 millones con los Knicks,
lo celebró comiendo hamburguesas hasta ser un lastre. Uno muy pesado. Y
así mil casos (especialmente dañinos los de la clase media pagada como
élite) auspiciados por un sistema que garantiza totalmente los
contratos a diferencia de, por ejemplo, la NFL, donde si rendimiento y
sueldo no van a la par, los equipos tienen vías para despedir al
jugador. Curiosamente, en la NFL no hay estrellas perezosas ni
franquicias arruinadas.
¿Son, pues, los jugadores los únicos
culpables del lockout? Ni mucho menos. Como bien han señalado los
jugadores durante las negociaciones, nadie obligó a los dueños a hacer
esas ofertas. Pero una serie de propietarios, encabezados por el niño
de papá James Dolan (multimillonario heredero que preside los Knicks
tras flirtear con el rock y quemar la noche neoyorquina), gestionan
sus franquicias como quien juega mal al Monopoly: de despilfarro en
despilfarro hasta la derrota final.
La NBA asegura que, en plena crisis
mundial, 22 franquicias son deficitarias (aunque los jugadores y los
medios lo ponen en duda) y la incompetencia de muchos propietarios ha
obligado al resto a tomar la línea dura en la negociación: los sensatos
intentan firmar un convenio que ponga límites a sus torpes colegas.
Menos años garantizados, más multa si se supera el límite salarial,
sueldos más bajos para los jugadores secundarios…
Nos quedan dos protagonistas más. David
Stern, considerado el mejor comisionado de la historia, que no ha sido
capaz de evitar un desastre que se veía venir desde febrero. Además, su
empeño en expandir la liga (de 23 franquicias a 30 desde que llegó en
1984) ha acabado siendo contraproducente. No hay talento para tantos
equipos y ciertos mercados (Sacramento, Memphis, Nueva Orleans,
Charlotte…) no pueden sostener una franquicia rentable. Y faltan los
agentes, que han radicalizado la postura de los jugadores pensando en
las comisiones a 10 años vista, cuando ellos seguirán en activo, pero
la mayoría de sus clientes no.
Y así estamos. Con la NBA parada,
desperdiciando el impulso de la mejor temporada desde la Edad de Oro,
por un problema que todos veían venir y nadie resolvió. La solución
llegará y será algo así: 50-50 en el reparto de ingresos, contratos
garantizados pero más cortos y, en pocos años, cierre de un par de
equipos. Será un parche, pero uno inevitable: el sistema está obsoleto y
todos tienen que ceder. Cuanto antes, mejor.


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