Fue 98-85 en la final, otra vez con un descomunal Juan
Carlos Navarro, que sumó 27 puntos (venía de meter 35 en la semifinal) y
se quedó con el premio al jugador más valioso del campeonato.
España es campeona de Europa. Otra vez: como en 2009. Vino a por Lituania 2011 y a por Londres 2012 y se lleva el botín completo tras un saqueo metódico en el que ha ido de menos a más, ha laminado a los rivales complicados en los partidos señalados y ha encontrado sensaciones y picos de forma, de melodía en melodía hasta la sinfonía integral de la gran final. Y ademá ante Francia, para los amantes de las moralejas y los finales felices.
España
es campeona de Europa y conviene respirar y repetirlo en voz alta.
Conviene valorarlo porque de lo contrario nos ahogaremos en el océano
del éxito. En el deporte, un mundo de quimeras y trampas para osos, es
muy difícil imponer la lógica, ser el mejor y demostrarlo, cumplir con
las expectativas. Es difícil llegar y aún más difícil repetir y
mantenerse. Es muy difícil ganar por suma de calidad pero también por
acumulación de sudor. Por galones y por equipo, por ataque y por
defensa. Por tierra, mar y aire.
Conviene
valorarlo porque en esta época de éxitos de nuestro baloncesto y
nuestro deporte no se puede perder la referencia: los pies en el suelo
para que admiren nuestros ojos y sueñen nuestros corazones. Esta es la
época de España, esta la era del baloncesto español. Este equipo será
visto fuera de nuestras fronteras como nosotros veíamos antes a la vieja
Yugoslavia, a la antigua Unión Soviética. Los niños de cada rincón de
Europa pensarán en nuestros jugadores con esa admiración casi divina con
la que nosotros antes imaginábamos a aquellos gigantes rusos, a
aquellos demonios balcánicos. Esta es la era de España y la recordaremos
cuando todo esto sea pasado mítico, cuando estar en semifinales vuelva a
ser una gesta. Esta es el penúltimo gran servicio de los héroes del 80,
el corazón de una generación vivo en Pau Gasol,
Juan Carlos Navarro y Felipe Reyes. Entre 1998 y 2011, de Varna a
Lisboa y de ahí a Saitama, Pekín, Katowice y ahora Kaunas, una ciudad
que huele a baloncesto y que coronó al mejor equipo del campeonato y
ratificó la dulce dictadura de una generación.
Escenificación de un reinado
España
jugó su gran partido en la final. Mejor que el poético primer tiempo
ante Lituania o que el demoledor segundo ante Eslovenia. Lo mejor en el
mejor momento y ante el segundo mejor equipo del campeonato. Y también
tiene mérito acudir a la cita puntual y con el traje de los domingos: un
partido redondo, un partido perfecto, una demostración de baloncesto
moderno, del baloncesto de siempre. Con picos de una perfección
colectiva y de una inteligencia en el reparto de esfuerzos y roles que
recordó a la memorable final del Mundial 2006: todos tuvieron su
momento, todos cumplieron con su cometido, todos formaron un muro de
escudos contra el que rebotó y rebotó Francia hasta el desfallecimiento.
En cuanto España amarró la decena de ventaja gobernó el partido: 25-17,
38-26, 67-54... y 84-68 en el minuto 33 tras triple de Pau Gasol: la puntilla, seguramente.
Francia
hizo la goma pero España le robó cada momento del partido. Tras un
arranque en el que encontró puntos fáciles bajo el aro por la
inteligencia de Parker y las ayudas demasiado largas de España, una
realidad de hormigón se le vino encima al equipo de Collet, que tenía el
plan pero no tenía los recursos. No contra una España que martilleó en
los cuatro parciales: 25, 25, 25 y 23 puntos. La perfección o al menos
algo muy parecido.
Porque
España fue mejor en un primer tiempo primoroso de intercambio de
canastas y de talentos desatados, fue mejor en las refriegas y fue más
inteligente y tan fuerte como un rival de físico descomunal. Cada vez
que Francia amenazó con revivir, España le golpeó con cargas de
experiencia, calidad y conocimiento del juego, como un equipo hecho para
ganar, un panzer que controló el juego y asumió las heroicidades de
Tony Parker (26 puntos, 5 rebotes, 5 asistencias) sin pestañear.
Navarro dirige la orquesta
Hubo
un momento del partido para los tapones de Ibaka (5, un terror elástico
que dejó en 2/10 los tiros de Francia en la zona en el determinante
segundo cuarto), para el vértigo de Rudy, para la defensa y la entereza
de Sada y Llull, para el carácter de Marc y para el despliegue del
Calderón con más piernas de los últimos años. El extremeño (17 puntos, 4
rebotes, 4 robos) desgastó a Parker y anotó puntos trascendentales cada
vez que Francia selló en defensa a los Gasol. Pero por encima de todo
este fue el partido, otra vez, de Pau Gasol y Juan Carlos Navarro, alfa y
omega de este equipo y de la forma de vivir que representa. Gasol otra
vez instrumental (17 puntos, 10 rebotes: 58+43 entre cuartos,
semifinales y la final) y Navarro otra vez celestial: 27 puntos (88 en
los tres partidos de cruce). Triples, penetraciones, dominio mental del
partido, 5 asistencias y una metáfora del martillo de los dioses que
despertaba de cada uno de sus microsueños a una Francia incapaz de
achicar tanta agua. Números de otra época para dos jugadores de todas
las épocas.
Y
fue el triunfo de Scariolo, que ha vivido entre dudas pero que esta vez
dejó un despliegue perfecto de los excelsos recursos que maneja: lo que
se le exige, ni más ni menos. Y otro oro, lo máximo que se le puede
pedir. España circuló bien, utilizó bien los espacios, tuvo intensidad y
sentido en las rotaciones, cerró el aro y superó a Francia en su
terreno (10-1 en tapones, 10-4 en robos, 6-15 en pérdidas). España tiró
en 65% de dos, gobernó el rebote pese al empate a 32 final y supo
desgastar a Francia hasta la aprensión: 22/24 en tiros libres (12/12 de
Navarro).
Todos
los argumentos de un equipo concentrado, colectivo y concéntrico. Un
equipo que igualó a Francia en sus valores y dominó a partir de ahí por
lo que tiene de diferencial: Pau Gasol, Juan Carlos Navarro, el
equilibrio perímetro-pintura, la actividad exterior y la intimidación
interior en defensa. La experiencia, la corona de campeón, el corazón y
la calidad que nadie alcanza. Este fue el gran partido de una gran
España. Un despliegue prácticamente perfecto de un equipo prácticamente
perfecto: el dueño del juego. Sí, definitivamente esta es la era de
España.
Fuente: Diario AS


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